[...] SE VE AQUÍ LA FIEBRE DEL SUEÑO MISMO QUE NO DEJA DE OLVIDAR EL TERROR, LA ANSIEDAD Y LA POSIBILIDAD DE LA INOCENCIA DEL MUNDO [...]"
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Flores
3
MUJER Ayer soñé con ese santo que siempre me llama. Traía una imagen de tu papá colgada en su pecho y me dijo que todo estaba bien, que tenías que aprender a perdonar y dejar las cosas en paz, olvidar todo, para que yo también pueda olvidar.
NIÑA Yo no sé perdonar.
MUJER Si ese santo lo dijo, así tiene que ser.
NIÑA ¿Escuchas los gritos mamá? Suenan como una canción de cuna.
MUJER Ese santo de mis sueños tiene razón.
NIÑA ¿Cuándo lo vas a dejar en paz?
MUJER Si soñé a tu papá, es porque él también se acuerda de nosotras.
NIÑA ¿Por qué queman esas piñatas?
MUJER Porque la gente está loca.
NIÑA ¿Y tú por qué te la pasas pidiendo perdón?
MUJER Por todo lo malo que hay. Por eso y nada más.
NIÑA ¿Por qué mi papá no pidió perdón?
MUJER Porque se tuvo que ir.
NIÑA Se fue para no pedir perdón.
MUJER Se fue a trabajar.
NIÑA Si se trabaja se entrega el perdón.
MUJER Sí.
NIÑA Tengo comezón.
MUJER Mira a toda esa gente. Se pelean… Unos porque están locos, otros por no tener
donde trabajar.
NIÑA ¿Mi papá por qué no está ahí con toda esa gente? Porque está borracho.
MUJER Tu papá nunca tomaba. Te confundes.
NIÑA ¿Por qué te golpeaba?
MUJER No siempre.
NIÑA A veces sí. Tengo comezón, mamá.
MUJER Él ya no es como antes.
NIÑA Ya no está, por eso ya no es como antes. ¿Cómo hace la gente para no quemarse con esos palos de lumbre?
MUJER Tienen cuidado de no tocar el fuego.
NIÑA Quisiera ser una antorcha. ¿Por qué la gente toca todo lo que ve?
MUJER Para no olvidar.
NIÑA Tengo comezón en la cara... Mamá, a veces se me olvida cómo es mi rostro.
MUJER Ráscate...
NIÑA Ráscame.
MUJER ¿Ya?
NIÑA No.
MUJER Ya me cansé.
NIÑA Es igual...ya déjame.
4
NIÑA Mi mamá se fue esa calle y desapareció. Yo sé lo que es el perdón. Mi papá siempre decía que el perdón es una estupidez y sólo los que tienen miedo lo piden. La gente corrió por las bombas de humo que la policía les aventó; todo está en el suelo, no limpiaron los cristales, no quitaron los palos esos palos quemados; apenas alumbran, casi queriéndose apagar; parecen lámparas que no quieren morirse. Me quiero ir a mi casa, pero no tengo casa. Mi muñeca me habla al oído y me dice que le gustaría que la dejara de abrazar, pero si la dejo de abrazar tengo miedo de que se me pierda. Mi nana me dio esa muñeca y le hizo dos agujeros para que metiera mis manos en ella. […]
Hugo Alfredo Hinojosa, Siglo, Ediciones El Milagro / FLM, colección Teatro Emergente, 2008, págs 19-21
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