Antonio Ramos: Dejaré esta Calle


"RAMOS SE REVELA YA COMO UNA VOZ QUE NUTRE LA REALIDAD CONSIGO MISMA."



Un Mil Máscaras

—Perdone, ¿usted es Mil Máscaras?
Mil asintió. El cantinero se puso nervioso y luego le tendió la mano pero Mil lo atajó con una pregunta:
—¿Qué cervezas tiene?
—La que usted quiera —respondió el cantinero frotándose las manos con una jerga—, tengo Corona, Tecate, Carta, Indio.
—Déme una cubeta de Indio.
El resto de los parroquianos no le quitaban la mirada de los hombros. Con una fregada, pensó, mientras no haya pleito esta noche que me miren lo que quieran. Siempre que salía con la máscara puesta lograba esa impresión en la gente. Tenía muchos años con ella y aún ahora le molestaba en ocasiones la sensación de ser observado. Una mirada al fondo de la cantina lo puso alerta. Nunca faltaba quién quisiera medir fuerzas contra él. Borrachos, les salía lo machitos a la menor provocación. A veces bastaba que dijera que deseaba chupar sin compañía para que alguno dijera: el Mil es un irigoso. Luego le echaban en cara a El Santo, a Blue Demon, incluso a Canek. Las palabras lo herían en su vanidad pero se reía en voz baja mientras le daba un trago a la cerveza o a la botella de tequila. Le gustaba ser Mil. En su casa tenía, en un cuarto especial, muchos pósters de Mil Máscaras, capuchas y cinturones. Esos pobres borrachos no sabían de lo que hablaban al retarlo.
El cantinero subió a la barra una cubeta con botellas de cuarto y se la entregó con aire orgulloso.
—¿Quiere un menudito? Tenemos uno muy bueno, sabroso. ¿Lo quiere?
Miró de reojo a los parroquianos. Sólo había cuatro que le sonreían tontamente. Ojalá pudiera verme, se dijo al recordar sus músculos amplios por el gimnasio y la máscara dorada con esas dorsales negras que bajaban desde la coronilla hasta el cuello. Seguro los parroquianos habían visto luchadores en las películas o en algún cartel en la ciudad pero nunca en persona. "Además, este fin de semana Mil luchaba en la Solidaridad", se dijo. "No sería raro que, aburrido, saliera a emborracharse en alguna cantinas."
—Pues échelo, amigo, traigo un hambre: esto de luchar cansa mucho.
El cantinero sonrió. Mil volvió el rostro y descubrió la alegría en los parroquianos, quienes asentían contentos, como si les hubieran conferido un gran honor. Le dieron la cubeta, la tomó, se sentó en una de las mesas junto a la pared y destapó una cerveza con las manos. La cerveza estaba bien fría y sintió cómo se le erizaba la piel al primer trago.
[...]


Antonio Ramos, Dejaré esta calle, Conaculta / Instituto Coahuilense de Cultura, Fondo Editorial Tierra Adentro, núm 317, 2006, págs 54-55. Premio Nacional de Cuento Julio Torri 2005

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