Nadia Villafuerte: ¿Te Gusta el Látex, Cielo?


" RELATOS [...] CUYOS PROTAGONISTAS BUSCAN Y ESCAPAN HACIA UNA SITUACIÓN INDETERMINADA [...]"

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La piscina


[…]
Me llamo Pedro, dice el joven. Karen le calcula veinticinco años, cuando mucho.
Está prohibido entrar sin ropa, advierte con malicia el joven.
Karen le pide que se meta.
Anda, te llevaré a México si así lo quieres, le insinúa, con sus párpados que, húmedos, parecen fisuras negras abriéndose cada vez más.
Acuclillado en la orilla, en medio del silencio casi monacal en un sitio profano, un silencio que los deja a la intemperie, Pedro le pregunta a la chica si cree en el amor. Pero Karen no responde pronto, y se dedica a ver, desde su lugar, la luz encendida de aquel cuarto, el del piso 17.
Claro que el amor no existe, tampoco Dios, tampoco la libertad, tampoco la democracia, y no por eso, todas esas mierderas abstracciones dejan de ponerte en una encrucijada y lastimarte, dice, ahora sí, enfurecida. Esa frase la escribió en su tesis, y ahora la repite como si al hacerlo pudiera salvarse. En realidad tirita, ha perdido el control, tiene frío, piensa en el frío que debió sentir Reinaldo Arenas cuando flotaba sobre el océano e intuía la inminencia del anochecer, su vastedad helada.
Perdona –recapitula–, sólo me gustaría tener una vida más doméstica, y no sé qué va a pasar.
Entiendo… Si de algo sirve, debes saber que cada uno tiene que contar consigo mismo, y a veces, a pesar de todo, las cosas se nos escapan de las manos, responde él.
Karen no quiere sentir más frío, no, y entonces se hunde, abre los ojos rasgados, le gustaría caer con todo el peso con que cae una piedra, o deshacerse a la manera de un grano de sal. Escucha su nombre, o cree escucharlo, mantiene los ojos muy abiertos y observa cómo el joven murmura sonidos que pueden ser su nombre, quizá le pregunta, ¿eres una mujer o una cerda?, no te preocupes, a todos nos ha pasado, y ella quisiera contestar que no supo por qué sucedió lo de la caída en la tina, que quizá hasta se alegre de que haya ocurrido, aunque sigue sintiendo que aquella luz de arriba la somete, como si la mano muerta de Manu estuviese encima, oprimiendo con fuerza, queriéndola hundir suave, calladamente, hasta el fondo.
[…]


Nadia Villafuerte, ¿Te gusta el látex, cielo?, Fondo Editorial Tierra Adentro, núm 365, Ciudad de México, 2008, págs 64-65

"¿Te gusta el látex, cielo? Historias de pobreza y vejaciones"

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