Geney Beltrán: Habla de lo que Sabes


"UNA FICCIÓN QUE SE EXIGE SER LA EXPRESIÓN PROFUNDA DE SU ÉPOCA"

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LA HIJA

El dolor es repentino. Como si una hoja cortante le cruzara de un lado al otro los oídos, le queman las sienes, cierra los ojos, aprieta los dientes, dobla el cuerpo, jala aire, todo es negro, la luz vuelve, gritos, la explosión. De a poco se yergue y deja caer la espalda en el soporte de la silla. Jala un respiro.
Han sido seis, ocho segundos. Los sonidos del micrófono vuelven a buscarlo. Ve detrás de sí por los cristales oscurecidos los aviones, el sol se hunde más allá de los edificios en la distancia gris de la Ciudad, la gente se levanta de las sillas y una fila se forma ante dos jóvenes –un hombre, una mujer- de uniforme azul.
Saca el boleto de la camisa. Lo escruta como si lo viese por vez primera y no recordara que en pocas horas su hija lo esperará en Londres. Como si él no fuese sino un intruso que se ha robado su piel: su cuerpo (sin aviso).
Londres, no.
Al revivir la raya caliente en su cabeza –haberse visto en el asiento 23A, del lado de la ventanilla, primero el fuego en la cabina, luego gritos de pánico el ruido negro que rompe los oídos, bolas de magma frente a sí, él mismo consumiéndose abierto en pedazos-: Nada va a pasar (se dice). Eso (insiste) nada es, y no será.
No puede levantarse. Sólo quedan tres, ahora dos pasajeros por presentar su boleto, por entrar en el pasadizo rumbo al avión, sólo él. No ha de subir
Le suda la calva; el sudor le recorre las axilas y el cuello. Vuelve a sus ojos la pesadilla que estalla –un hocico oscuro vuelto lava-, rompe el boleto, se dirige a la salida, no volver la vista atrás, tropieza con las filas de asientos, recompone el paso, no ver nada, corre ahora, ¿por dónde salgo, cómo salgo? Reduce la marcha, sólo camina, debe huir, le falta el aire no habrá nada, no ser cómplice de ninguna destrucción.

Cuando, impaciente, toma el taxi, llega a sus oídos el tronido tumultuoso como una hacha densa por el aire.
-¡Verga! -grita el conductor. Es un hombre de cincuenta años, calvo, robusto y de cara grande-.
¡Qué fue eso!
-¡Maneje! Tengo prisa…
El taxista duda. Tiene la mano en la llave a punto de encender el motor, gente corre hacia las salas del aeropuerto -la voz en el asiento sin embargo insiste:
-¡Vamos, caramba! Algún percance de mierda
Conduzca...
El hombre pone en marcha la máquina. El escritor cierra los ojos. Las arrugas se le forman en el rostro como grietas de arena (arroyos secos). Tiene 53 años. Una hija de 28. Y ahora congoja: un animal muerto en la laringe.
Toman un bulevar. El taxista prende el radio y las noticias llegan como en un acoso de libélulas incendiándole el oído.
-¡De no creerse! El vuelo México-Londres de British Airways, explotó antes de siquiera despegar del Aeropuerto de la Ciudad […]


Geney Beltrán Félix, "La hija", en Habla de lo que sabes, Jus / ISC, 2009; págs 77-78

"Geney Beltrán busca sus propias salidas"

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