Geney Beltrán: El Sueño no es un Refugio sino un Arma


"VISCERALES Y AZAROSOS, ESTO ES, CRUZADOS POR LA PASIÓN Y LA CURIOSIDAD,ESTOS 24 ENSAYOS SUPONEN UN ACTO SUBVERSIVO"

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LA CIUDAD SIN RACINE

Es una orfandad del intelecto. La idea viene de George Steiner, cosa no rara: ha planteado este ensayista que no hay para nuestra época una currícula literaria básica cuyo conocimiento sea visto como obligatorio para los miembros de la elite o la sociedad en su conjunto. Este código universal ha de consistir en un syllabus: una relación de obras y autores canónicos -como lo fueron los clásicos griegos y latinos durante varios siglos-, cuya lectura y estudio habrían de ser exigidos desde la niñez, y sobre cuya importancia no habría de existir la menor duda ni polémica.
Pero contrario a lo que postula Steiner, pienso que ha surgido un nuevo syllabus. Hablo de un canon atípico signado por una paradoja: cambiante e indefinido, se trata de la literatura contemporánea.
Como en el pasado, es un syllabus restringido a una minoría ahora, una porción no amplia de la clase media alfabetizada, la consumidora de bienes culturales. Sin embargo, el tácito aplauso de lo contemporáneo (en el que por un Lobo Antunes hay trescientos Coelhos) parece borrar las lecciones de la tradición humanística y volver innecesario o carente de valía social el conocimiento de las grandes obras antiguas.
“Los escritores se dividen en aburridos y amenos. Los primeros reciben también el nombre de clásicos", escribió el venezolano José Antonio Ramos Sucre.
No distante de esa idea, vemos un aparato de publicidad puesto en marcha por las empresas editoriales más fuertes para legitimar, ante los ojos de quien tiene un pobre conocimiento literario, casi exclusivamente la novela contemporánea. Este canon mutable se sustenta en el olvido de sí mismo, quiero decir, en la producción permanente de best-sellers que desplazan a los anteriores, y en la ignorancia de la tradición y de otros géneros. "Clásico no es un libro... que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad", escribió Jorge Luis Borges en un breve ensayo de Otras inquisiciones. Hoy ese fervor y esa lealtad parecen no dirigirse a Katherine Mansfield ni a Ovidio, no a Garcilaso ni a Longino, sino al escritor que se distingue no por publicar obras renovadoras y complejas sino por ganar premios con novelas de temas coyunturales: léase, así, la literatura contemporánea no por ser literatura sino por ser contemporánea.
Sé que esta visión apocalíptica del mercado editorial no es exclusiva de nuestra época y que, de igual modo, muchos grandes autores han sido también muy buenos y merecidos mercaderes de su obra, de Shakespeare a García Márquez, de Lope de Vega a Dickens, pero la circunstancia doble que acuso -el desdén hacia los clásicos y la curiosidad automática por las "novedades"- es, y permítaseme la expresión parcial del disgusto, un fenómeno de consecuencias perniciosas.
Pues, como resultado, en las librerías y bibliotecas de Culiacán, donde nací, no hay un solo libro en francés de Jean Racine, el gran dramaturgo del XVII.
Lo cual es, como bien sabemos, contraproducente.
Si hace dos siglos Napoleón podía intentar con bastante seso una explicación crítica del "Soyons amis, Cinna", de Augusto en la escena final de la tragedia de Corneille, hoy y desde hace décadas ni el dinero, ni el poder, ni la fama exigen una aproximación a los grandes libros. Ante las estrellas de la música popular y los deportes, frente a los líderes políticos y su propaganda mentirosa, las humanidades se hallan muy lejos del contacto fructífero con la comunidad.
Como tal, el conocimiento literario carece de prestigio y se ha vuelto una parcela señalada sólo para los especialistas. ¿Por qué insistir, entonces, en la pertinencia de acercar los grandes clásicos a una masa multitudinaria de lectores? ¿No es irreal esto de creer que lo que por milenios ha sido reservado al conocimiento de una elite pueda ser ahora de interés para las mayorías?
Como revelarían los textos paradigmáticos de Eliot, Sainte Beuve, Italo Calvino, Bloom o Coetzee en torno de la lectura de los clásicos, se trata de una cuestión de supervivencia de los valores culturales que han significado una fuente de reflexión, conocimiento, imaginación y criterio para los seres humanos; en síntesis, de la idea misma de humanidad.
[…]

Geney Beltrán Félix, El sueño no es un refugio sino un arma, UNAM, 2009; págs 71-73

Esther Seligson, "El arte del ensayo" (pdf)

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