Luis Felipe Lomelí: Cuaderno de Flores


"[...] ENTRE LAS BALAS Y LOS SICARIOS, SE EXPERIMENTA UNA PASMOSA SENSACIÓN DE LIBERTAD [...]"

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Cuaderno de notas IX

Cuéntame por qué estás aquí.
Le pedí eso para tratar de intuir por qué tiene un par de pistolas, para ver si me daba alguna pista o, por lo menos, para ver si ahora sí me quedaba claro por qué está ella conmigo. Sólo que en su lugar me contó cómo fue que conoció a Reynaldo.
Estábamos en un restaurante del parque en donde me comenzaron a hormiguear las piernas hace días y tuve que irme para no sentirme más raro. Alguien le había dicho a Natalia que acá vendían varias cervezas mexicanas y, por eso, fue que me invitó. Yo estaba emocionado por volver a probar una cerveza oscura, una negra bien elástica, y sí, con la emoción pero también con el miedillo de que me friera a agarrar la nostalgia, y peor aún cuando llegamos al parque y a mí se me ocurrió que otra vez se me iba a llenar la cabeza de fantasmas, que iba a sentir la base de la nuca como si me la estuvieran inflando con una bomba de aire. Pero no, al inicio no.
Al inicio no se me quitaba la sonrisa del rostro y esperaba con ansias la cheve, tamborileando sobre la mesa como un niño al que le prometieron un juguete, no como si todos mis recuerdos se condensaran en lo que me iba a traer la mesera, sino como si aquello me comprobara a mí mismo que había estado vivo y tenía un pasado en otra parte. Y la trajeron. Y yo la probé como todas esas metáforas del compa en el desierto o de la última en el estadio. Sin embargo no, en contra de mis pronósticos no me dio nostalgia, más bien me quedé tranquilo y contento mirando hacia afuera.
En el parque, un árbol se llenó de aves blancas, como flores, y daban ganas de soplarle como si se tratara de un diente de león.
Entonces fue que decidí pedirle a Natalia, por primera vez, que me contara.
—Yo había visto algo así —me respondió y yo pensé que me iba a hablar de un dejá-vu o un sueño—. Tenía cuatro años cuando fuimos a Cartagena por la carretera del mar. Y cuando íbamos llegando, a lo lejos, contra el azul del Caribe, vimos un árbol lleno de flores blancas entre la playa y la carretera. Era hermoso, grande. Lo recuerdo muy bien. Y cuando papá acercó el auto, las flores comenzaron a desperdigarse por el cielo. “Son garzas”, me dijo, y desde entonces para mí las garzas son como flores... Espero que pronto se acabe todo estoy podamos recorrer esa carretera.
Los helicópteros (arriba, en el cielo). La guerra. Las ciudades cárcel. Los caminos tomados por el grupo armado de la zona. Y mientras tanto en el parque todo era la alegría de la Copa América que ha comenzado.
—¿Vino a ver el fútbol? —me preguntó la mesera cuando me oyó el acento.
—¡Sí, claro!
—iQué bueno! ¿Y vinieron muchos con usted? La gente. La guerra. Los ciudadanos que ya están hartos y quisieran que el mundo pensara otra cosa de su pueblo.
Cuéntame por qué estás aquí.
Parecía como si estuviéramos en un cafecito de Chapultepec o de Greenwich Village, con sus hippies con rastas vendiendo cuarzos y Natalia y yo de la mano como una foto para documentar la esperanza. Entonces se lo pedí por segunda vez y ella comenzó a contarme sobre cómo Reynaldo.
[...]

Luis Felipe Lomelí, Cuaderno de flores, Tusquets, Colección Andanzas, 2007, págs 169-170

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