Paola Velasco: La Huella del Gato



"[...] un estilo que combina fuerza y elegancia, como el andar felino."


[...]


"Creer que en mis niñas hay un erotismo perverso es quedarse en el nivel de las cosas materiales. Es no entender nada de las languideces adolescentes, de su inocencia, es ignorara la verdad de la infancia"

Y sin embargo ha sido la violencia escandalosa de La leçon de guitare —único cuadro pintado por Balthus con la abierta intención de provocar al espectador— la que determinó en buena medida la inclinación de estas interpretaciones. Fue este ímpetu brutal —que indudablemente flota por toda la obra del pintor, pero sin establecer su principal ni única característica— lo que valoró García Ponce: la demostración de que la belleza y la inocencia encierran peligros insospechados. "¡Nada hay tan peligroso como la inocencia!" —Dirá el escritor yucateco en uno de sus cuentos con que rinde homenaje a la Lolita de Nabokov. Es posible que el juicio de García Ponce sobre Balthus se haya nutrido de la relación que tuvo éste con otros de sus autores más apreciados: Bataille, Artaud, Klossowski, en quienes la provocación fue una constante para comprender el mundo, pero a los que no se debe utilizar como rasero para medir la obra del pintor francés.
El sentido de su pintura, definido desde el tiempo en que buscó eternizar su amistad con Mitsou, fue tal vez siempre el mismo. En las jóvenes desnudas de Alice, La toilette de Cathy, Nu au chat o Jeune filie a la mandoline puede descubrirse el mismo interés por capturar en el lienzo la evanescencia de la pubertad. Inmortalizar el paso sutil de la infancia hacia la adolescencia entendiendo que no es posible encontrar bondad ni belleza sin maldad y horror. Por eso hay tanta ambigüedad en las niñas desnudas de Balthus, envueltas en la luz de las tinieblas y la luz de los cielos: búsqueda, entre sombras y luces, del rastro de la naturaleza pura.
Los cuadros de Balthus tienen la impronta característica de su autor. El término glauque surgió como único y banal recurso para definir la obra de un artista que no entraba en ninguna de las categorías preexistentes. El apogeo del surrealismo hizo que algunos manuales de arte lo incluyeran, a falta de mejor precisión, dentro de esta tendencia. Pero la obra de Balthus no es surrealista. Nunca comulgó con este movimiento, y aunque reconoció a Dalí como uno de los espíritus más inventivos del siglo XX, vio en él el excentricismo superfluo de quien se interesa mas por la fama y las tendencias de la moda que por la pintura misma, demandante -en el universo balthusino- de una exigencia enorme de constancia, soledad y silencio que la sociedad moderna no alcanza (...)


Paola Velasco, "Balthus: un trazo de sieta vidas", en La huella del gato. Ensayos sobre arte y literatura, Conaculta / FLM, Fondo Editorial Tierra Adentro, núm 319, 2006, págs 50-51

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