Maritza M. Buendía: En el Jardín de los Cautivos


"[...] ESBOZAR LO INNOMBRABLE DEL CUERPO [...]"

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Y entonces el hombre terminaba por liberarlo, sólo para que la mujer disfrutara sus picotazos.
El hombre y la mujer poseían un pacto. Era imposible de otra manera. Tanta precisión, tanta. Él con las palabras exactas. Ella, no. Él titubeante en sus movimientos. Ella, no.
En seguida, la mujer era alondra. Vestida de azul, soltaba sus piernas encima del piso. Manchándolo. Tropezando contra las paredes, volaba repentinamente hacia el techo de la sala. Alto. Diseñando círculos. Dejándose levantar. Más allá. Elevándose para descender. Insólita y desmedidamente, en picada.
Y el pájaro desvanecido, laxo. Un hombre muerto desde hace cinco minutos. Y encima de él, el canto de la mujer lleno de risa. Y la risa como un desgarro.

Me transformo en hombre, en mujer

La mujer dice que el hombre está aquí porque desea morir. Que no puede ser de otra manera. El hombre no vino por arrumacos. Vale mejor la humedad. La mujer dice que el deseo es húmedo y que si el amor existe así debe de ser. Sí. La mujer repite: el amor es húmedo. Húmedo para llorar, para resbalarse, para beber. Húmedo para matar. Que la muerte es caliente y fría. Como un dolor siempre nuevo, recién comprado. Y sorpresivo. La mujer dice que la muerte es una húmeda agonía, una disposición. Y ella está dispuesta a complacerlo. Que se sirva de ella y ella se servirá de él. Sólo es cuestión de cerrar los ojos y abandonarse. No es difícil. Él ya lo sabe. Ella se lo ha explicado: cuerpos servidos, satisfechos. Disposición.
El hombre dice que casi no la soporta. Que ya casi no lo soporta. Que prefiere que la mujer calle y detenga sus manos. No la va a complacer, ya no quiere escucharla.

Nuevamente, observo al hombre en la mujer

Los contornos inflamados. Las manos. Los pies. La espalda. Todo. Adoloridos por los besos. Besados.
La vergüenza me hace abrir la boca

La mujer dice al hombre que se contenga. Que los pájaros vuelan directo hasta el cielo para después soltarse.
No al revés. Que el cielo es azul porque la noche es azul, como su vestido. No debe aflojarse antes de tiempo. Que disfrute la agonía y aprenda a dilatarse. Como si nadara en una alberca. O a menos que elija el mar. Como si volara. Calma. Que lo sostenga hasta morir. Calma. Que sea como morir.
El hombre dice que en verdad no lo soporta. Que no lo soporta. Que no lo soporta.
[...]

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Maritza M. Buendía, En el jardín de los cautivos, Conaculta / Instituto Coahuilense de Cultura, Fondo Editorial Tierra Adentro núm 290, 2005. Premio Nacional de Cuento Julio Torri 2004

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