Claudia Reina: La Luz al Final


"LO ÚNICO QUE PARECE CLARO ES QUE LA MUERTE ES UNA BROMA DIFÍCIL DE DIGERIR"


Hipotenusa: (A Pedro.) ¿Usted quería saber algo?
Pedro: Sí. Me gustaría saber quién decide a dónde vamos.
Hipotenusa: Una pregunta difícil. En realidad fácil... es decir.
Vladimiro: ¿Ustedes trabajan con Dios? Hipotenusa: (Riendo con fuerza.) No, no, nada de eso. Esto es verdaderamente gracioso, tengo que contarles a los demás. Dios, ¿les suena chistosa esa palabra? Di - os. Cuando la pronuncio siento una cosquilla en los huesos. O donde estaban los huesos. Mejor dicho en el soporte estructural.

Todos se miran confundidos.

Hipotenusa: ¿Quién decide? Tenemos una máquina que hace ese trabajo.
Teresa: ¿Una máquina?
Hipotenusa: No sean prejuiciosos, por favor. Uno dice la palabra máquina y a los demás se les llena la cabeza de pensamientos apocalípticos. Lo cierto es que esta máquina hace el trabajo maravillosamente; nuestros especialistas interpretan los datos y todo termina aquí (señala los expedientes.). Ya sé. Lo veo en sus caras. Me parece que, no todos, lo sé, creen que el destino está escrito en un libro. No recuerdo cómo lo llaman allá en la tierra.
Vladimiro: El libro de la vida.
Hipotenusa: Exacto: el libro de la vida. Bueno, sólo cambiemos una palabra y digámosle la máquina de la vida. ¿Les gusta? En fin. (Viendo a Miriam.) ¿Y tú querida, no tendrás una pregunta?, has estado muy callada.
Miriam: No, ninguna, muchas gracias. Hipotenusa: Así me gusta. (Viendo a Miguel.) ¿Y usted, tiene alguna duda? Esta mañana me levanté rebosante de sentido común. Miguel: Ya no.
Hipotenusa: Alégrese, ¿por qué tiene esa cara?
Me parece que estará más cómodo sin esa cuerda. (Se levanta y va hacia él. Miguel hace ademán de rechazarla). Ya no la necesitará. (Se la quita, la deja a un lado, y lo ve de cerca). Algo enrojecido el cuello pero era de esperarse. Frótese un poco; hoy se me olvidó el ungüento que siempre traigo conmigo para casos como éste. (Vuelve a su asiento). Bien, me parece que es mejor empezar. (Abre un expediente.) ¿Miguel Suárez?
Miguel: Soy yo.
Hipotenusa: Permítame un momento. (Lee el expediente). Me lo temía. Miguel, con usted no ha sido difícil saber cuál es su destino pues la máquina sólo tiene una manera de interpretar el suicidio. (Queriendo suavizar la noticia). No es tan malo después de todo, ya se entretendrá con algo.
Miguel: Dígalo de una vez.
Hipotenusa: No se ponga mal, querido. Mire, déjeme explicarle algo antes. Hasta ahora no hemos podido deshacer esa ley inhumana que condena terriblemente al suicida; hemos tratado, usted no sabe hasta qué punto, prácticamente nuestros científicos no duermen buscando una solución pero hasta ahora no ha habido buenos resultados. (Viendo a los demás.) ¿Ustedes saben lo que es violentar una ley? Hay que buscar en todos los resquicios del universo un punto débil para introducir, por así decirlo, nuevas instrucciones. Hemos conseguido romper grandes leyes, leyes que parecían inamovibles, eternas, pero ésta aún no y me da mucha pena.
Miguel: Dígame a dónde voy.
Hipotenusa: Usted va a reencarnar.
Vladimiro: ¿Reencarnar? No es tan malo. ¿Qué tal si va a ser alguien importante? Aunque no lo sea, tiene una nueva oportunidad.
Hipotenusa: En otro caso así podría ser. (Viendo con tristeza a Miguel.) Cuánto lo siento.
Miguel: (Levantándose y alzando la voz.) ¡Maldita sea, dígame de una vez todo!
Hipotenusa: Está bien, cálmese, no tiene que ponerse grosero.

Claudia Reina, La luz al final, Instituto Sonorense de Cultura, 2008, págs 37-39.
Premio Concurso del Libro Sonorense 2007, modalidad Dramaturgia

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